jueves, 16 de julio de 2009





Memoria de la huída.

I
Ser la que se va
y pensar en no volver nunca a la jaula de las desilusiones
no es una decisión fácil:


Volver al cobijo seguro, a los diamantes, a las luces,
a los escenarios, al oro que mata todo deseo de amor,
de lujuría.
A los besos robados, a la apariencia de un traje fino
de una relación segura socialmente.

Volver
a los barrotes del poseedor
del “eres solo mía”.
Solo a cambio de esa seguridad que ata
de la conveniencia que perdona todo
de ser la siempre bella y bien amada mujer que todo lo da y atiende.
Que tiene a un hombre que la ama, la ata y la besa
con el amor prestado
con el corazón de lata
con el ser que no tiene una palabra
poeseído por su ego
por su gran soberanía
con su falta de amor por todo y por todos.

Como volver al ser que se odia,
a matar al hombre
al riesgo de la prisión, de la censura
a la falta de libertad, de pasión, del fuego de la lujuría,
de no poder sentir nunca en las entrañas
esto que hoy llevo dentro
y que me libera
y que me da paz
y que es mi fortaleza en la que me reflejo.

Soy la que no volverá
la que cerró sus oídos, su ojos y su corazón,

a la muerte,


la que huyó para amar
para sentir por fin ser mujer en plenitud
y vivir esta vida que se consumía
en una veladora.
Ser la paloma que encontró el hilo en el cerrojo
y lo desató, a pesar del sangrado
del cansancio por volar
de la falta de alimento,

y mucho miedo.

II
Sin mirar atrás, huyo de Sodoma
Voy camino al norte, a la luz que me rescata de esta podredumbre
de esa ciudad que odio, y que me envenena las entrañas,
Voy a la urbe
desconocida
el instinto no se equivoca cuando las cosas están muy mal

Y nos lleva a otros sitio
Y nos saca del mar como tesoros a sus orillas.

Estoy en sus arenas
Llegó a la isla virgen
A un destierro voluntario.
Soy aun así la pecadora,
que labra otro destino,
sin miedo
la que olvida el daño
sin rencores,
con el perdón de un santo y sus plegarias.

La que lava en el mar todas estas lágrimas,
que ya no brotan,
y vuelve a mirar a lo ancho las estrellas,

la que empieza otra vida
como ave Phoenix
con una veladora nueva
un nuevo dios para adorar
un hombre amado, que me toca las piernas
y me cobija con su cuerpo
un vestido de luces para no perderme,
y mil talentos para repartir.

Soy la que baila a lo largo de la playa
la que mira en el horizonte un barco que se aleja,
la reina de esta isla de amor,
por donde nace un sol que ilumina mis vacios.










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